viernes, 17 de noviembre de 2017

Llegamos a Freeditorial

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¡Buenos días, viajeros!

Después de estos meses de parón, os traemos una gran noticia. ¡Ya podéis encontrar nuestro primer bloque de historia descargable gratuitamente en FREEDITORIAL!

Desde "La noche blanca" hasta "Un estúpido acuerdo (Kaleb)" redescubre las aventuras de Yara y Kaleb en el formato que tú prefieras: mobi, epub o PDF.

¡Os esperamos!


                                  PAULA DE VERA                                         MARTA CONEJO

domingo, 23 de abril de 2017

¡Feliz día del libro 2017!

¡Buenas, aventureros!

Bien, ¿recordáis que teníamos una pequeña sorpresita para vosotros?

Pues...

¡AQUÍ ESTÁ POR FIN!


Gracias a los pinceles de Marta Montell hemos podido por fin poner cara visible a nuestros dos personajes. Encontraréis muy pronto sus dibujos individuales en sus respectivas fichas. Mientras tanto, en serio, ¿qué opináis? ¿Son como imaginábais?

Pues esto solo es un comienzo... 

¡Muy pronto seguiremos en ruta y... que tengáis un FELICÍSIMO DÍA DEL LIBRO 2017!

martes, 28 de marzo de 2017

Cruce de voluntades

¿Aún no conoces la historia desde el principio? Entonces, haz click aquí


Pisadas. Lanzas entrechocando. Poses marciales… y los cuernos resonaron por el amplísimo patio de armas y dando la bienvenida a la única homenajeada de aquel luminoso día. Cuyo ánimo, por otro lado, distaba mucho de ser festivo. No después de la dura noticia —o al menos así le resultaba— que su padre le había transmitido. Irse… ¿Por qué? ¿Qué había hecho tan mal? En su cabeza seguía dando vueltas el fracaso en Ibisha, la pérdida de aquel valioso aliado, mezclado con la efímera sensación de triunfo que la había acompañado desde la captura de Algemene en el paso de Kaluk. Si bien era cierto que aún no se había decidido qué hacer con él —lo más probable sería que lo retuvieran a cambio de algún tipo de rescate o pacto con esos vagos sin escrúpulos de Olut, aunque Yara no podía estar segura—, la muchacha no podía dejar de pensar en lo que todo aquello había supuesto para ella: ¿qué había sucedido? ¿De verdad era necesario desterrarla? ¿Qué se le había pasado a su padre por la cabeza, o al rey, para tomar semejante decisión? ¿Y por qué Silika no se opuso?
Las ideas giraban en su cerebro como un torbellino que empezaba a darle jaqueca pero, justo para despertarla de sus amargas reflexiones, los cuernos resonaron de nuevo y la devolvieron a la cruel realidad. Yara, con un apenado suspiro, echó el pie hacia delante para empezar a caminar. Un pasillo formado por dos batallones de guardias alineados la flanqueaba con las armas en alto, en actitud de máximo respeto, pero ni eso ni los vítores de los espectadores consiguieron despertar ni una pizca de alegría en su atormentado corazón.

*        *        *

Ay, benditos vlinderis. Siempre le impresionaba ver sus costumbres arcaicas, basadas en los golpes, el honor, la confianza en la familia. Observó el patio de armas con desinterés, olvidando las palabras de su acompañante.
—¿Me estás escuchando, Mamfret? —preguntó Neira, su ya actual mujer, visiblemente molesta.
Kaleb tuvo que mirarla, levantando las cejas y mostrando su sonrisa más cortés. Aquella mujer era un remolino, en todos los sentidos. Apenas se conocían, pero la confianza había fluido, aunque no en los temas políticos. Pero él tenía mucha paciencia, e información que obtener. Le gustaba robar. Le gustaba huir de los lugares sin ser visto. E incluso cortejar. Pero sobre todo esperar pacientemente para conseguir algo.
Neira era condesa de Belina, lo que significaba una buena posición, buenas tierras y, sobre todo estando al lado de su gemela militarizada, Anybel, ambas próximas a la frontera con Olut, mucha información. Y viendo cómo eran los de Vlinder, era muy sencillo obtenerla.
—Claro que te escucho, amor —contestó, con los ojos entrecerrados y agarrando del brazo a su acompañante.
Se dirigían a una ceremonia conmemorativa, de un triunfo en algo que no le importaba. “Premio al valor”, lo llamaban. Como si eso importase estando en guerra. Echó un vistazo a su alrededor, buscando a Ivanne. Desde que se había casado con su madre había dejado de ver a la joven. Un escalofrío recorrió su espalda, temiendo su vida.
—Yara es una general increíble —la voz de Neira era aguda, molesta cuando estaba tan cerca. Kaleb se alejó, disimulando esquivar un agujero en el suelo— Ha vencido ella sola a ejércitos de Olut y...
Bla. Bla. Bla. Asintió de forma instintiva, deteniéndose al ver al gentío. Neira tiró de él, atravesando el grupo de gente. Por todos los dioses, ¿A dónde le llevaba?
—Soy condesa, amor —dijo ella, orgullosa de su título— las primeras filas nos esperan.

*        *        *

Sobre la enorme escalinata de piedra coronada por pendones de color verde jade, destacaba, como una silenciosa advertencia, una figura conocida para cualquier Vlinderi: la kalpana negra y violeta, Yara tragó saliva y levantó la barbilla; sintiéndose de nuevo y por un breve instante, la orgullosa general que se había esforzado por ser. Aquel símbolo era el que debía recordarle cada día que la lucha para proteger a su pueblo de los indeseables era necesaria. Y para ello, había que hacer sacrificios.
En ese momento, como un relámpago ligero pero veloz, cruzó por su mente el rostro que llevaba atormentándola desde hacía meses en sus pesadillas. El causante, según su criterio, de la deshonra que suponía su destierro, no importaba lo que hiciera para compensarlo. Pero enseguida sacudió la cabeza con brusquedad y procuró centrarse. Ahí arriba, junto a las puertas del palacio y flanqueados por dos columnas talladas que narraban la historia de los regentes del país, aguardaban tres figuras.
En el centro, el rey Hond de Vlinder, con sus ropajes verdinegros y su barba plateada pulcramente recortada, se encontraba escoltado a su derecha por el Gran Capitán Silika, líder indiscutible de todos los ejércitos de Vlinder y padre de la muchacha; y por Anuz Gebbiar, Consejero Real, un hombrecillo con aspecto de garza a medio desplumar, a su izquierda. A pesar de todo, no era un hombre desagradable al trato. Además, acceder a ese cargo implicaba ser sacerdote del Mei’n We, el camino espiritual de los Tres Pilares de la Justicia, y el citado clérigo en particular había seguido muy de cerca el adiestramiento de la joven. En ausencia de su padre y de cualquier otra familia, él se había ocupado de llenar dicho vacío con sus lecciones.
Cuando llegó a la altura del trío, obedientemente,Yara hincó una rodilla en tierra sin apenas mirarlos a la cara, agachó la cabeza... y esperó.

*        *        *

Yara era rubia, con el pelo muy corto y ojos verdes. Admiró durante unos segundos a la general, asintiendo con una aprobación que solo los hombres entendían. Por suerte Neira no se dio cuenta. Admitía que las mujeres y hombres de Vlinder eran exóticos para él: acostumbrado al pelo castaño y ojos marrones de su imperio, le sorprendió para bien ver ese tipo de físico. Frunció el ceño al sentir un pinchazo en su cabeza, como un recuerdo velado. Agitó la cabeza: era imposible haberla visto antes.
—Aquí amor —dijo Neira a su lado, señalando un asiento revestido de terciopelo negro. Se sentó, ocultando la repulsión de la palabra “amor”. Tenía un nombre. Falso, pero era un nombre—. Va a empezar la ceremonia.
No se esperaba algo diferente: la gente de Vlinder tenía una puesta en escena increíble, llena de simbolismos, donde cada color representaba una cosa. Él se había tenido que vestir con un traje de color púrpura, que allí significaba “sumisión al imperio” o algo así. Aunque Neira se lo había vendido con palabras bonitas.
—¿Y qué sabes de Yara? —preguntó a Neira, pasando su brazo por el hombro y acercándose a ella. Ronroneó en su oído, besando la curvatura de su cuello. Se derretía con eso.
—Yara es general de uno de los mayores ejércitos de su padre, el Gran Capitán Silika Clàr. Ahora se plantean llevarla al otro continente, con todo lo que queda por hacer aquí. Si no está ella, ¿quién lo hará? —Neira se acomodó, visiblemente preocupada por su país.
Kaleb se alejó de forma inconsciente, sintiendo un sudor frío en su mano. El otro lado del agua. El otro continente. tragó saliva, sintiendo un mordisco en el estómago, una especie de nerviosismo que no entendía. Por suerte la lluvia de aplausos le hizo olvidar, en parte, aquel mal recuerdo.

*        *        *

—Amigos, hermanos… Ciudadanos de todos los rincones de Vlinder —la mayoría eran solo los representantes nobles de las ciudades, pero eso a Yara no la preocupó en absoluto. Las cosas eran como eran por una razón—. Hoy es un día de grandeza para nuestro reino. Todos conocemos la delicada situación que viven nuestras fronteras occidentales a causa de la desidia y la codicia que gobierna los corazones de aquellos que mandan sobre Olut —Yara escuchó varios murmullos airados, con los que coincidía, a su espalda antes de que el rey volviese a hablar—. Pero, gracias a generales tan valerosos en batalla como nuestra querida Yara, es posible que esta guerra pronto sea parte del pasado. Nuestras victorias frente al débil ejército olútico son cada vez más numerosas y nuestros soldados luchan con una bravura que hace de ellos los mejores que pisan la faz de Haimüryn, ya sea aquí o allende los mares —ante aquellas palabras, una oleada de vítores se levantó, terminando tan pronto como el monarca alzó las manos, al tiempo que inclinaba la barbilla hacia la rubia general—. Incorpórate, pues, Capitana General Yara Clàr, y recibe el honor de esta medalla al valor —a una seña hacia su Consejero Real, este le tendió un pequeño cofre abierto y forrado de terciopelo púrpura en su interior que contenía una insignia del tamaño del puño de Yara—, puesto que tu tesón y tu coraje son los que, espero, conseguirán muy pronto nuevos triunfos para Vlinder más allá del mar. Que Mei’n We guíe siempre tus pasos y Shon sea el alma de tu espada cuando los bárbaros de Olut se crucen en tu camino. Jarie Vlinder!
Todo el mundo aplaudió y coreó aquella alabanza nacional mientras la joven se dejaba condecorar en silencio. Pero ella tuvo que forzar una sonrisa con toda su voluntad para que no se notara que, en el fondo y a pesar de aquel inmenso honor, tenía el alma totalmente desgarrada.

*        *        *

Kaleb aplaudió en silencio, con gesto serio. Aquella ceremonia estaba lejos de ser solemne, aunque tampoco podía pedir algo civilizado a Vlinder. Se arrellanó en su asiento, cruzando la piernas y observando cómo la general era condecorada. No parecía muy contenta, aunque lo entendía: con una medalla no se podía comer. A no ser que fuera de oro y se pudiera vender en el mercado. Pero no tenía pinta de querer vender una plaquita insignificante.
—Podríamos irnos —murmuró a Neira en su oído, deseando salir de la pomposidad que definía a esa celebración. Neira mostró resistencia, frunciendo el ceño, y Kaleb recordó las feas costumbre de aquella gente, eso de ser leal y respetar esas estúpidas ceremonias. Encogió los hombros—. Iré a por los caballos. No me encuentro muy bien.
Se levantó sin importarle que todo su alrededor le mirase con desaprobación, incluida Yara. La general lo observó durante unos segundos, con una mirada penetrante que intentaba ir más allá. Kaleb respondió con una sonrisa socarrona que sólo pudo ver ella.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Un estúpido acuerdo (Kaleb V)

Conoce toda la historia



Belina. Si debía definir la ciudad lo haría con dos simples palabras: humedad y sobriedad. El viaje hasta allí había rozado lo insólito: se había recluido en su propia cabeza, en sus historias y en sus ideas por las ciudades y caminos que habían visitado. Ivanne, con quién compartía cama de vez en cuanto, no le decía nada. Alguna de sus amigas siempre seguía sus pasos, comprobando que no se escaparía con la información que poseía, y ambos estaban de acuerdo en desaparecer un rato de la vida del otro.
Visitó todas las tabernas que unían su Myah con Belina, dejando su marca personal, o mejor dicho llevándose lo que ahora iba a ser suyo. Sonrió levemente mientras paseaba por las calles amplias y empedradas de Belina, recordando algunas de las mejores noches que había vivido en mucho tiempo.
Vlinder tenía honor, pero solo hasta que la noche caía.
—¡Kaleb! —Escuchó la voz de Ivanne a su espalda. Detuvo al caballo, acariciándose las cuencas de los ojos con cuidado, sintiendo la vista y todo su cuerpo cansado. Abatido por la noche y por ella.
Pese a que había paseado por su cuerpo durante aquellas semanas, Ivanne seguía siendo mágica para él: un cuerpo esbelto, fuerte, fuera de los cánones de belleza propios de su tierra, si podía decir que tenía. Se mordió el labio, provocándose dolor y recordando el acuerdo que tenía con ella. Se encorvó, recordando que hoy conocería a su futura esposa. Que sería Mamfret.
—Tenemos que ocultarnos de las calles principales. Hay que vestirte para la ocasión, prepararte... —se tapó con un pañuelo que llevaba en el cuello, cubriéndose hasta las mejillas— y me pueden reconocer.
Llevaba semanas asintiendo como un tonto, haciendo su papel: hasta había evitado sentirse astuto cuando salía por la noche, siempre vigilado por Nia, una de las guardaespaldas de Ivanne. Siempre estaba detrás, oculta en un rincón, interesada, pero alejada. Había pensado en ganarse su confianza, pero era mejor que ellas creyeran que él no era consciente de su espionaje.
Le llevaron hasta una casa de piedra blanca y bien decorada, donde Ria, otra de las chicas, abrió la puerta sin mucho interés. Nia se quedó cerca de la puerta, contemplando su alrededor, mientras Ivanne y él se metían. Fue Ivanne quién cerró a su espalda.
Kaleb contempló la habitación con rapidez, acostumbrado a tener que identificar las salidas y los recursos de una sala en poco tiempo. Se irguió, alejándose de la puerta y de la chica. Cada vez estaba más en contra del plan, pero ya allí no tenía otra alternativa.
—¿Alguna duda sobre tu papel? —preguntó Ivanne, con seriedad.
Lo habían estado repasando durante todo el viaje, en su tienda de campaña. Él prestaba atención a cambio de descansos divertidos, e Ivanne parecía de acuerdo de su plan.
Kaleb levantó el mentón, una pose típica de Vlinder, sobre todo de los nobles. Se apoyó en un aparador con movimientos medidos y gráciles. Ivanne sonrió con orgullo, aunque lo que ella no sabía era que ella no le había enseñado nada nuevo.
—Mi nombre es Mamfret Illea, duque menor en Yea, un pueblo sureño cerca de la frontera con Olut. Mis tierras son ricas en acar y en nupa, dos flores que crean un aroma perfecto para velas. No es el negocio más boyante que existe, pero sí mantiene mi economía y la hace crecer... —Kaleb se pasó la mano por la garganta con delicadeza, apartándose el cuello de la camisa—... y ahora me centro en otras cosas.
Respiró hondo, contento con el resultado, cómodo con el papel que adoptaba: no era la primera vez que se había hecho pasar por quién no era, así que simplemente había que cambiar algunos matices. Ivanne le midió desde los pies a la cabeza, satisfecha.
—Creo que estás preparado para conocer a Neira.
Kaleb simplemente asintió, cruzándose de brazos mientras Ivanne se acercaba al gran arcón de madera de la habitación: de ella sacó una túnica de color verde y negro, con remaches plateados. Una navaja brilló en la mano de Ivanne, echándose para atrás unos centímetros: llevaba encima una daga embotada e inservible, pero que siempre le había ayudado a sentirse seguro, menos en ese momento. Recapacitó unos segundos, respirando con tranquilidad cuando vio que simplemente era una cuchilla de afeitar.
Frunció el ceño.
—No vas a tocar mi barba —murmuró con valentía, aunque sin erguirse.
Ivanne simplemente encarcó la ceja.
—Ni en tus sueños te presentarías a mi madre con esa barba. Es larga, está mal cuidada...
—A ti te encanta —confimó Kaleb con una media sonrisa, atusándose los pelos de la barbilla. Se había descuidado durante esas semanas y ahora su barba crecía densa y larga, con el color anaranjado del cabello al que le da el sol.
El cuerpo de Ivanne se tensó: dejó que la toalla se cayera a la silla que tenía a su lado, palpando el respaldo para llamarle.
—Venga, una limpieza de vez en cuando no viene mal. Solo es recortar y... ese pelo...
Kaleb frunció los labios, ocultando su enfado tras un rostro afable que llevaba practicando toda su vida. Se dio la vuelta con lentitud, haciendo que observaba la ventana de colores que tenía a unos pasos. Aunque realmente lo que quería hacer era reventarla de un puñetazo. ¿Cómo había llegado hasta ese momento?
—Vamos allá, supongo —acabó diciendo, siendo un muñeco de trapo para Ivanne, preparando los movimientos que llevaría a cabo en menos de dos meses.
Sería un placer convencer a Neira de cortar las alas a su hija querida.
Las alas y el pelo. Pero lo último era algo personal.

* * *

Conocer a Neira fue más sencillo de lo que se había planteado: la duquesa vivía en una casa de dos plantas, de colores claros y azulados que llamaban la atención con respecto a las demás por el brillo que emanaba. Se mantuvo siempre al lado de Ivanne, observando con curiosidad, aunque manteniendo la compostura de quién no se sorprende por la arquitectura de Vlinder.
Y Neira... era una mujer vital, activa... estúpida. De la nobleza. Simple. Arrogante. Irritante... y simplemente compartieron la cena de aquel día.
Ella también quería compartir otras cosas, pero Kaleb decidió hacerse pasar por un hombre menos promiscuo y más reservado de lo que siempre había sido. Agradecía que las parejas no casadas no durmieran en la misma habitación.
—Me da pena que te vayas, Mamfret —Neira agarraba sus manos con fuerza, sin dejarle irse. Al hablar hacía pequeñas reverencias.
Kaleb mostró una sonrisa educada, observando a los guardias que flanqueaban la puerta de su señora. ¿Y si le obligaban a consumar el matrimonio que se llevaría a cabo en...?
—En cuatro días podremos intimar, amor —besó sus manos, un gesto que sabía que era de educación y de pasión en aquel lugar. Y en todos, realmente—. Ahora decido reservarme. Disfrutar de tenerte presente, de saber que...
No recordaba las trivialidades que había llegado a decir. Se dio la vuelta con cuidado, controlando su capa con conocimiento, dejando que ondease en su espalda.
Su habitación estaba engalanada de azul y de plateado, con cientos de blasones que ocupaban las paredes en forma de escudo, de cuadro, de tela. Avivó el fuego de la hoguera, inspirando el olor a lumbre que le transportaba a su hogar, y observó durante varios minutos cada uno de los escudos, esperando que Ivanne no apareciera.
Así fue. Observó la noche por la ventana, comprobando que Belina no era una ciudad muy activa cuando la luna caía. Asintió con convicción, acercándose a su bolsa de ropa, la cual había ocultado en un rincón de la habitación. Se vistió con prendas simples, que no llamarían la atención a nadie. Al acercarse al espejo maldijo a Ivanne y a aquel maldito corte de pelo que le había hecho: adiós a su melena bien peinada, dando la bienvenida a un pelo aparentemente lacio, cortado hasta las orejas, liso. La barba, recortada hasta el punto de parecer imberbe, le hacían irreconocible para él mismo.
Por suerte sabía que la persona con la que tenía hablar le reconocería perfectamente. Se ató una túnica simple con capucha, cubriéndose la cara y saliendo de la casa de Neira sin más problema que una puerta sin cerrar. La noche le dio la bienvenida, aún cálida, con humedad pegajosa y salada que se alejaba de la agradable sensación que dejaba Ibisha.
Descubrió uno de los bares en poco tiempo: solo había que guiarse por la única luz que ya quedaba en alguna ventana. Era una taberna pequeña, con poca gente, pero mucho ruido. Sería perfecto.
Se pidió una kiama, una bebida que contenía especias sureñas y que, años antes, había probado en esa misma ciudad. Aunque en el pasado se había hecho pasar por un trovador desesperado, la bebida sabía igual de agradable y dulce que en el pasado.
Esperó unos minutos antes de terminar su bebida y darse la vuelta, acercándose a la puerta lateral de la taberna, la cual daba a la parte de atrás. Antes de abrirla miró a los lados, simplemente para dar tiempo a su contacto. Tras ello abrió la puerta, cerrando tras de sí y quedándose pegado a la pared.
Pasaron pocos segundos cuando un cuerpo delgado y alargado abrió la puerta. Su cabeza y todo su cuerpo iba cubierto por una capa parecida a la suya, aunque de un material áspero y sucio. Sus manos, claras y delgadas, desentonaban con la tónica de su difraz.
Antes de que la mujer se diera cuenta de que era una encerrona, Kaleb consiguió agarrar su cuello, sin miedo de tirar de ella para alejarla de la puerta y alejarla por el callejón.
La mujer intentó zafarse durante unos segundos, aunque finalmente se dejó arrastrar. Kaleb la soltó sin mucho cuidado, vigilando que nadie les observara y que ella no se marchara.
—¿Crees que eres la única que ha vigilado? —Kaleb se agachó a su lado, pasando sus dedos por la piedra del suelo. Movió el dedo haciendo círculos, con tranquilidad, y su voz se volvió melosa— Nia. O debería llamarte... —Kaleb frunció el ceño teatralmente— ¿Yuria? parte de la guardia de la muerte. Parte de uno de los pilares de Olut.
La mujer consiguió zafarse de él, arrastrándose unos centímetros. Pero no se marchó, y Kaleb sabía que la tenía agarrada de la peor forma: con la verdad. Mostró una sonrisa abierta.
—¿Espiando a Ivanne o a Neira?
—¿Cómo lo sabes?
Kaleb simplemente encogió los hombros.
—Conozco caras. Conozco movimientos. Conozco nombres... conozco la noche, y tú no mucho. ¿Verdad?
No parecía muy contenta de conocer sus puntos débiles. Hizo amago de sacar un arma, pero Kaleb fue más rápido con la palabra.
—Soy de Olut, así que dime qué necesitas saber y cuándo.
Las palabras detuvieron a Yuria: era una espía que formaba parte de Olut, a órdenes del guardián de la noche. Ya conocía las historias del ataque de los Vlinderis a explotaciones de materias en territorio de Olut, e incluso el secuestro de un general. Solo le interesaba poseer la información para usarla en el momento adecuado. Como aquel momento.
—¿Por qué? —acabó diciendo Yuria, sentándose en el suelo, llegando a un acuerdo con él. Su expresión de abatimiento lo decía todo.
Kaleb se levantó, dejando que la arenilla que tenía entre las yemas desapareciera en el viento.
—Asegurar mi vida ante el guardián de Olut. Poder volver a mi tierra. No ser herido durante este estúpido acuerdo. Y la vida de Ivanne. —Sonrió, orgulloso de su descubrimiento. Yuria parecía contenta con el trato hasta ese momento. Kaleb bajó su apuesta—. O por lo menos un rato a solas con ella. Tenemos cosas que tratar.

viernes, 16 de diciembre de 2016

¿Qué significa esto? (Yara V)

Si no conoces aún a Yara y Kaleb, puedes empezar la historia desde el principio aquí


El mensajero llegó a primera hora de la mañana, casi agotando a su ihashi. De inmediato, en cuanto los cuernos de los guardias avisaron de su llegada, Yara salió de la tienda como una exhalación y se dirigió hacia el centro del campamento. El recién llegado apenas tendría quince años, pero la solemnidad con la que se encaminó hacia ella para hincar una rodilla en tierra y tenderle el mensaje, aun con el cabello castaño claro revuelto por el aire y la cara sucia del viaje, hacían ver que su formación pronto daría unos frutos prometedores. Yara sonrió a medias sin poder evitarlo. Aquella era la esencia de Vlinder: compromiso, lealtad, valor. Lentamente, tomó el mensaje de manos del muchacho y le pidió que se incorporase, al tiempo que ordenaba con un gesto a sus hombres que se ocuparan de acomodarlo. Asimismo, dos oficiales se ocuparon de dar agua y alimento al ihashi convenientemente.

Cuando mensajero y montura hubieron desaparecido de la vista, la joven general desplegó el pergamino con manos temblorosas. El lacre violeta con la kalpana y la calidad del papel hacían presagiar noticias de la capital, pero Yara jamás hubiese imaginado leer las siguientes palabras:

Mi querida hija,

Te escribo estas palabras desde Indún, donde nuestro soberano nos convoca a todos dentro de una semana para agradecer nuestra labor contra Olut. Especialmente, me pide que te transmita un agradecimiento especial y te invita a una ceremonia de condecoración para premiar tu valor en la frontera. Como supondrás, estoy tremendamente orgulloso.

Nos veremos pronto en Indún, general.

Tu padre, el Gran Capitán Silika Clàr.

Yara tragó saliva, sintiendo cómo le temblaban las manos sin quererlo. Aquella breve misiva, en gran medida, hacía que el corazón le latiese a velocidad de galope a la vez que saboreaba las mieles del triunfo en su mente. Condecoración. Premio al valor. El reconocimiento del pueblo de Vlinder. Sintió un escalofrío involuntario al imaginarse el momento por un breve segundo. Todo lo que siempre había querido se hacía realidad.

Y sin embargo, ¿por qué había una pequeña parte de su alma que se retorcía de amargura al leer la firma de su padre? Era… Demasiado formal… ¿no? Una presencia a su izquierda la hizo volver silenciosamente a la realidad, apartando de golpe esos funestos pensamientos. Fadir, la observaba con calma, a la espera de instrucciones. Asimismo, algunos de sus oficiales la rodeaban, pendientes de su reacción. Su general, por tanto, enseguida se aclaró la garganta e informó a su teniente:

–Nos vamos, Fadir. Debemos partir hacia Indún de inmediato.


Los cuatro días de cabalgata a paso lento que separaban el valle de Arain de las puertas de Indún fueron para Yara como cuatro años, en su impaciencia por llegar. Cierto que tras la batalla, habían tenido muchos heridos, aunque muchos habían sido destinados a otros pueblos cercanos al valle e incluso algunos oficiales de menor rango habían permanecido en el campamento; pero la joven casi esperaba que su sola fuerza de voluntad empujase más rápido los carros que aún arrastraban en la comitiva, portando a los heridos menos graves y quizá de mayor rango social.

Sin embargo, al llegar al paso del río Marin, todos se detuvieron casi como un mismo hombre, extasiados ante la visión que ofrecía la otra orilla. Los muros blancos coronados de pequeños tejados de color rojo brillante refulgían bajo el sol del mediodía, extendiéndose por toda la curva que formaba la desembocadura de las aguas en el lago Evatris. Este abarcaba casi veinte kilómetros cuadrados de extensión y constituía una de las grandes fuentes de agua dulce y pesca del país, solo superada por los lagos de las montañas Phiri, situadas en la frontera noreste de Vlinder.

Cuando el hechizo pasó, Yara dio la orden a sus hombres de retomar el paso y los cascos de sus monturas pronto resonaron sobre la piedra pulida del Puente de los Héroes, la pasarela de cincuenta metros que superaba el Marin y permitía entrada directa a la ciudad. Una vez allí, los vlinderi de la capital los saludaron al pasar desde sus balcones engalanados y Yara notó su pecho hincharse de orgullo al tiempo que devolvía el gesto con la mayor tranquilidad que era capaz. En el fondo, quería gritar, aullar su euforia y ponerse de pie sobre la silla para recibir los halagos. “Lo he conseguido”, se repetía como un dulce mantra. “Lo he conseguido”.

Al llegar al palacio, el rey Hond, su esposa Amine, su guardia personal, Aoke Duniev y su padre la felicitaron respetuosamente y después ordenaron acomodo para todos los recién llegados. Silika Clàr, por su parte, enseguida se llevó a un aparte a Yara. Esta sin embargo, antes de adentrarse en las dependencias militares del recinto amurallado, pudo ver a Jadmeya a lo lejos. Esta le guiñó un ojo y Yara le devolvió media sonrisa disimulada. La situación mejoraba por momentos.

La sala a la que la condujo su padre era fresca, con varias ventanas abiertas en la piedra que daban al lago. Yara se detuvo un momento a contemplar el paisaje: la ligera pendiente sobre la que se esparcían las viviendas de la plebe bajaba ordenadamente hasta el puerto, donde los barcos de pesca y los navíos de viaje ocupaban cada uno su posición en un extremo del muelle, en perfecta armonía. Yara aspiró un instante la húmeda brisa, queriendo empaparse del ambiente de aquella ciudad que, si bien no era la suya, había visitado suficientes veces como para quedar prendada de su belleza.

–Es hermosa, ¿no es cierto? –dijo entonces su padre a su espalda. Yara se giró y aceptó la bebida que le ofrecía con una sonrisa a la vez que asentía. Silika, por su parte, miró también al horizonte–. Nuestro mundo pervive gracias a acciones como la tuya, Yara. Todo Vlinder te está agradecido.

Yara detectó un matiz extraño en la voz de su padre, pero prefirió achacarlo a la emoción. No todos los días se condecoraba a una hija con la medalla al valor en Vlinder.

–Vivo para servir a Vlinder, Gran Capitán –respondió con comedimiento, respetando la fórmula.

Creyó que su padre volvería a felicitarla, pero no fue así. Por el contrario, el semblante de Silika se había ensombrecido. Antes de que la joven pudiese abrir la boca de nuevo, dijo:

–Hafling ha muerto.

Yara al principio no supo cómo reaccionar ni por qué su padre le decía aquello. Se sentía a caballo entre la sorpresa y la duda, pero aún atinó a decirle:

–Que la tierra acoja su cuerpo y los dioses lo hagan renacer con sabiduría[1].

Silika esbozó una sonrisa triste.

–Sin duda será así. Hafling era un buen Capitán General y un modelo a seguir…
–suspiró con algo que parecía cansancio–. Pero ahora alguien debe continuar su labor. No podemos consentir que Olut se haga con todo el territorio que él ha conseguido defender al otro lado del mar.

Yara sintió un escalofrío involuntario al escuchar esas palabras, aunque estaba totalmente de acuerdo en el discurso. Hafling era un consumado estratega que durante sus cuarenta y cinco años de vida había consagrado la misma a defender Vlinder. Las tierras descubiertas al otro lado del mar, a pesar de ser un territorio aparentemente hostil, había revelado curiosas riquezas en diversos sentidos y él mismo se había presentado voluntario para dirigir los primeros asentamientos y la estrategia de exploración. Sin embargo, la guerra con Olut pronto se había trasladado –en opinión de los vlinderi, gracias a la codicia insaciable del vecino país– allende los mares. Y ahora, Hafling dejaba un testigo para quien quisiera cogerlo en un territorio prácticamente desconocido en la orillas de Hantu.

–Bueno, imagino que ya habrá candidato para ese puesto… ¿me equivoco? –aventuró, sintiendo una corriente helada caer en su estómago.

Esperaba que su intuición le fallara. Pero la mirada de su padre no dejaba lugar a dudas.

–Para mí será un honor que mi hija se convierta en la nueva Capitana General de los ejércitos de ultramar, Yara.

La muchacha tragó saliva, sintiendo su cuerpo tensarse como una vara. En su interior, el orgullo de sentirse ascendida y el dolor por sentir que le arrancaban de su querida Vlinder, de sus valles y montañas, para exiliarla a un destino incierto, pugnaban por tomar el control. “No puedo irme. ¡No pueden hacerme esto!”, aulló mentalmente. Era una heroína para su pueblo… ¿Y la recompensaban enviándola lejos de él?

Sin embargo, el semblante de su padre no dejaba lugar a dudas. Era un deseo de sus superiores. Debía acatar las órdenes, como siempre. Por lo que, tragándose el llanto, agachó la barbilla y musitó en un hilo de voz:

–Sí, padre.

Pero la joven Yara, que hacía años se había jurado que no volvería a llorar, solo se permitió dar rienda suelta a su decepción cuando se encontró a salvo tras los muros de su habitación.





[1] Fórmula vlinderi para dar el pésame. Dado que los dioses en los que cree la sociedad de Vlinder son los de sabiduría, suerte, guerra y paz, así como en la reencarnación de las almas, siempre se desea que la persona fallecida retorne en una figura acorde a sus méritos en la vida pasada.