Si no conoces aún a Yara y Kaleb, puedes empezar la historia desde el principio aquí
El mensajero llegó a primera hora
de la mañana, casi agotando a su ihashi. De inmediato, en cuanto los cuernos de
los guardias avisaron de su llegada, Yara salió de la tienda como una
exhalación y se dirigió hacia el centro del campamento. El recién llegado
apenas tendría quince años, pero la solemnidad con la que se encaminó hacia
ella para hincar una rodilla en tierra y tenderle el mensaje, aun con el
cabello castaño claro revuelto por el aire y la cara sucia del viaje, hacían
ver que su formación pronto daría unos frutos prometedores. Yara sonrió a
medias sin poder evitarlo. Aquella era la esencia de Vlinder: compromiso,
lealtad, valor. Lentamente, tomó el mensaje de manos del muchacho y le pidió
que se incorporase, al tiempo que ordenaba con un gesto a sus hombres que se
ocuparan de acomodarlo. Asimismo, dos oficiales se ocuparon de dar agua y
alimento al ihashi convenientemente.
Cuando mensajero y montura
hubieron desaparecido de la vista, la joven general desplegó el pergamino con
manos temblorosas. El lacre violeta con la kalpana y la calidad del papel
hacían presagiar noticias de la capital, pero Yara jamás hubiese imaginado leer
las siguientes palabras:
Mi querida hija,
Te escribo estas palabras desde Indún, donde nuestro soberano nos
convoca a todos dentro de una semana para agradecer nuestra labor contra Olut.
Especialmente, me pide que te transmita un agradecimiento especial y te invita
a una ceremonia de condecoración para premiar tu valor en la frontera. Como
supondrás, estoy tremendamente orgulloso.
Nos veremos pronto en Indún, general.
Tu padre, el Gran Capitán Silika Clàr.
Yara tragó saliva, sintiendo cómo
le temblaban las manos sin quererlo. Aquella breve misiva, en gran medida,
hacía que el corazón le latiese a velocidad de galope a la vez que saboreaba
las mieles del triunfo en su mente. Condecoración. Premio al valor. El
reconocimiento del pueblo de Vlinder. Sintió un escalofrío involuntario al
imaginarse el momento por un breve segundo. Todo lo que siempre había querido
se hacía realidad.
Y sin embargo, ¿por qué había una
pequeña parte de su alma que se retorcía de amargura al leer la firma de su
padre? Era… Demasiado formal… ¿no? Una presencia a su izquierda la hizo volver
silenciosamente a la realidad, apartando de golpe esos funestos pensamientos.
Fadir, la observaba con calma, a la espera de instrucciones. Asimismo, algunos
de sus oficiales la rodeaban, pendientes de su reacción. Su general, por tanto,
enseguida se aclaró la garganta e informó a su teniente:
–Nos vamos, Fadir. Debemos partir
hacia Indún de inmediato.
Los cuatro días de cabalgata a
paso lento que separaban el valle de Arain de las puertas de Indún fueron para
Yara como cuatro años, en su impaciencia por llegar. Cierto que tras la batalla,
habían tenido muchos heridos, aunque muchos habían sido destinados a otros
pueblos cercanos al valle e incluso algunos oficiales de menor rango habían
permanecido en el campamento; pero la joven casi esperaba que su sola fuerza de
voluntad empujase más rápido los carros que aún arrastraban en la comitiva,
portando a los heridos menos graves y quizá de mayor rango social.
Sin embargo, al llegar al paso
del río Marin, todos se detuvieron casi como un mismo hombre, extasiados ante
la visión que ofrecía la otra orilla. Los muros blancos coronados de pequeños
tejados de color rojo brillante refulgían bajo el sol del mediodía,
extendiéndose por toda la curva que formaba la desembocadura de las aguas en el
lago Evatris. Este abarcaba casi veinte kilómetros cuadrados de extensión y
constituía una de las grandes fuentes de agua dulce y pesca del país, solo
superada por los lagos de las montañas Phiri, situadas en la frontera noreste
de Vlinder.
Cuando el hechizo pasó, Yara dio
la orden a sus hombres de retomar el paso y los cascos de sus monturas pronto
resonaron sobre la piedra pulida del Puente de los Héroes, la pasarela de
cincuenta metros que superaba el Marin y permitía entrada directa a la ciudad.
Una vez allí, los vlinderi de la capital los saludaron al pasar desde sus
balcones engalanados y Yara notó su pecho hincharse de orgullo al tiempo que
devolvía el gesto con la mayor tranquilidad que era capaz. En el fondo, quería
gritar, aullar su euforia y ponerse de pie sobre la silla para recibir los
halagos. “Lo he conseguido”, se repetía como un dulce mantra. “Lo he conseguido”.
Al llegar al palacio, el rey
Hond, su esposa Amine, su guardia personal, Aoke Duniev y su padre la
felicitaron respetuosamente y después ordenaron acomodo para todos los recién
llegados. Silika Clàr, por su parte, enseguida se llevó a un aparte a Yara.
Esta sin embargo, antes de adentrarse en las dependencias militares del recinto
amurallado, pudo ver a Jadmeya a lo lejos. Esta le guiñó un ojo y Yara le
devolvió media sonrisa disimulada. La situación mejoraba por momentos.
La sala a la que la condujo su
padre era fresca, con varias ventanas abiertas en la piedra que daban al lago.
Yara se detuvo un momento a contemplar el paisaje: la ligera pendiente sobre la
que se esparcían las viviendas de la plebe bajaba ordenadamente hasta el
puerto, donde los barcos de pesca y los navíos de viaje ocupaban cada uno su
posición en un extremo del muelle, en perfecta armonía. Yara aspiró un instante
la húmeda brisa, queriendo empaparse del ambiente de aquella ciudad que, si
bien no era la suya, había visitado suficientes veces como para quedar prendada
de su belleza.
–Es hermosa, ¿no es cierto? –dijo
entonces su padre a su espalda. Yara se giró y aceptó la bebida que le ofrecía
con una sonrisa a la vez que asentía. Silika, por su parte, miró también al
horizonte–. Nuestro mundo pervive gracias a acciones como la tuya, Yara. Todo
Vlinder te está agradecido.
Yara detectó un matiz extraño en
la voz de su padre, pero prefirió achacarlo a la emoción. No todos los días se
condecoraba a una hija con la medalla al valor en Vlinder.
–Vivo para servir a Vlinder, Gran
Capitán –respondió con comedimiento, respetando la fórmula.
Creyó que su padre volvería a
felicitarla, pero no fue así. Por el contrario, el semblante de Silika se había
ensombrecido. Antes de que la joven pudiese abrir la boca de nuevo, dijo:
–Hafling ha muerto.
Yara al principio no supo cómo
reaccionar ni por qué su padre le decía aquello. Se sentía a caballo entre la
sorpresa y la duda, pero aún atinó a decirle:
–Que la tierra acoja su cuerpo y
los dioses lo hagan renacer con sabiduría[1].
Silika esbozó una sonrisa triste.
–Sin duda será así. Hafling era
un buen Capitán General y un modelo a seguir…
–suspiró con algo que parecía
cansancio–. Pero ahora alguien debe continuar su labor. No podemos consentir
que Olut se haga con todo el territorio que él ha conseguido defender al otro
lado del mar.
Yara sintió un escalofrío involuntario
al escuchar esas palabras, aunque estaba totalmente de acuerdo en el discurso.
Hafling era un consumado estratega que durante sus cuarenta y cinco años de
vida había consagrado la misma a defender Vlinder. Las tierras descubiertas al
otro lado del mar, a pesar de ser un territorio aparentemente hostil, había
revelado curiosas riquezas en diversos sentidos y él mismo se había presentado
voluntario para dirigir los primeros asentamientos y la estrategia de
exploración. Sin embargo, la guerra con Olut pronto se había trasladado –en opinión
de los vlinderi, gracias a la codicia insaciable del vecino país– allende los
mares. Y ahora, Hafling dejaba un testigo para quien quisiera cogerlo en un
territorio prácticamente desconocido en la orillas de Hantu.
–Bueno, imagino que ya habrá
candidato para ese puesto… ¿me equivoco? –aventuró, sintiendo una corriente
helada caer en su estómago.
Esperaba que su intuición le
fallara. Pero la mirada de su padre no dejaba lugar a dudas.
–Para mí será un honor que mi
hija se convierta en la nueva Capitana General de los ejércitos de ultramar,
Yara.
La muchacha tragó saliva,
sintiendo su cuerpo tensarse como una vara. En su interior, el orgullo de
sentirse ascendida y el dolor por sentir que le arrancaban de su querida Vlinder,
de sus valles y montañas, para exiliarla a un destino incierto, pugnaban por
tomar el control. “No puedo irme. ¡No pueden hacerme esto!”, aulló mentalmente.
Era una heroína para su pueblo… ¿Y la recompensaban enviándola lejos de él?
Sin embargo, el semblante de su
padre no dejaba lugar a dudas. Era un deseo de sus superiores. Debía acatar las
órdenes, como siempre. Por lo que, tragándose el llanto, agachó la barbilla y
musitó en un hilo de voz:
–Sí, padre.
Pero la joven Yara, que hacía
años se había jurado que no volvería a llorar, solo se permitió dar rienda
suelta a su decepción cuando se encontró a salvo tras los muros de su
habitación.
[1] Fórmula
vlinderi para dar el pésame. Dado que los dioses en los que cree la sociedad de
Vlinder son los de sabiduría, suerte, guerra y paz, así como en la
reencarnación de las almas, siempre se desea que la persona fallecida retorne
en una figura acorde a sus méritos en la vida pasada.
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