martes, 28 de marzo de 2017

Cruce de voluntades

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Pisadas. Lanzas entrechocando. Poses marciales… y los cuernos resonaron por el amplísimo patio de armas y dando la bienvenida a la única homenajeada de aquel luminoso día. Cuyo ánimo, por otro lado, distaba mucho de ser festivo. No después de la dura noticia —o al menos así le resultaba— que su padre le había transmitido. Irse… ¿Por qué? ¿Qué había hecho tan mal? En su cabeza seguía dando vueltas el fracaso en Ibisha, la pérdida de aquel valioso aliado, mezclado con la efímera sensación de triunfo que la había acompañado desde la captura de Algemene en el paso de Kaluk. Si bien era cierto que aún no se había decidido qué hacer con él —lo más probable sería que lo retuvieran a cambio de algún tipo de rescate o pacto con esos vagos sin escrúpulos de Olut, aunque Yara no podía estar segura—, la muchacha no podía dejar de pensar en lo que todo aquello había supuesto para ella: ¿qué había sucedido? ¿De verdad era necesario desterrarla? ¿Qué se le había pasado a su padre por la cabeza, o al rey, para tomar semejante decisión? ¿Y por qué Silika no se opuso?
Las ideas giraban en su cerebro como un torbellino que empezaba a darle jaqueca pero, justo para despertarla de sus amargas reflexiones, los cuernos resonaron de nuevo y la devolvieron a la cruel realidad. Yara, con un apenado suspiro, echó el pie hacia delante para empezar a caminar. Un pasillo formado por dos batallones de guardias alineados la flanqueaba con las armas en alto, en actitud de máximo respeto, pero ni eso ni los vítores de los espectadores consiguieron despertar ni una pizca de alegría en su atormentado corazón.

*        *        *

Ay, benditos vlinderis. Siempre le impresionaba ver sus costumbres arcaicas, basadas en los golpes, el honor, la confianza en la familia. Observó el patio de armas con desinterés, olvidando las palabras de su acompañante.
—¿Me estás escuchando, Mamfret? —preguntó Neira, su ya actual mujer, visiblemente molesta.
Kaleb tuvo que mirarla, levantando las cejas y mostrando su sonrisa más cortés. Aquella mujer era un remolino, en todos los sentidos. Apenas se conocían, pero la confianza había fluido, aunque no en los temas políticos. Pero él tenía mucha paciencia, e información que obtener. Le gustaba robar. Le gustaba huir de los lugares sin ser visto. E incluso cortejar. Pero sobre todo esperar pacientemente para conseguir algo.
Neira era condesa de Belina, lo que significaba una buena posición, buenas tierras y, sobre todo estando al lado de su gemela militarizada, Anybel, ambas próximas a la frontera con Olut, mucha información. Y viendo cómo eran los de Vlinder, era muy sencillo obtenerla.
—Claro que te escucho, amor —contestó, con los ojos entrecerrados y agarrando del brazo a su acompañante.
Se dirigían a una ceremonia conmemorativa, de un triunfo en algo que no le importaba. “Premio al valor”, lo llamaban. Como si eso importase estando en guerra. Echó un vistazo a su alrededor, buscando a Ivanne. Desde que se había casado con su madre había dejado de ver a la joven. Un escalofrío recorrió su espalda, temiendo su vida.
—Yara es una general increíble —la voz de Neira era aguda, molesta cuando estaba tan cerca. Kaleb se alejó, disimulando esquivar un agujero en el suelo— Ha vencido ella sola a ejércitos de Olut y...
Bla. Bla. Bla. Asintió de forma instintiva, deteniéndose al ver al gentío. Neira tiró de él, atravesando el grupo de gente. Por todos los dioses, ¿A dónde le llevaba?
—Soy condesa, amor —dijo ella, orgullosa de su título— las primeras filas nos esperan.

*        *        *

Sobre la enorme escalinata de piedra coronada por pendones de color verde jade, destacaba, como una silenciosa advertencia, una figura conocida para cualquier Vlinderi: la kalpana negra y violeta, Yara tragó saliva y levantó la barbilla; sintiéndose de nuevo y por un breve instante, la orgullosa general que se había esforzado por ser. Aquel símbolo era el que debía recordarle cada día que la lucha para proteger a su pueblo de los indeseables era necesaria. Y para ello, había que hacer sacrificios.
En ese momento, como un relámpago ligero pero veloz, cruzó por su mente el rostro que llevaba atormentándola desde hacía meses en sus pesadillas. El causante, según su criterio, de la deshonra que suponía su destierro, no importaba lo que hiciera para compensarlo. Pero enseguida sacudió la cabeza con brusquedad y procuró centrarse. Ahí arriba, junto a las puertas del palacio y flanqueados por dos columnas talladas que narraban la historia de los regentes del país, aguardaban tres figuras.
En el centro, el rey Hond de Vlinder, con sus ropajes verdinegros y su barba plateada pulcramente recortada, se encontraba escoltado a su derecha por el Gran Capitán Silika, líder indiscutible de todos los ejércitos de Vlinder y padre de la muchacha; y por Anuz Gebbiar, Consejero Real, un hombrecillo con aspecto de garza a medio desplumar, a su izquierda. A pesar de todo, no era un hombre desagradable al trato. Además, acceder a ese cargo implicaba ser sacerdote del Mei’n We, el camino espiritual de los Tres Pilares de la Justicia, y el citado clérigo en particular había seguido muy de cerca el adiestramiento de la joven. En ausencia de su padre y de cualquier otra familia, él se había ocupado de llenar dicho vacío con sus lecciones.
Cuando llegó a la altura del trío, obedientemente,Yara hincó una rodilla en tierra sin apenas mirarlos a la cara, agachó la cabeza... y esperó.

*        *        *

Yara era rubia, con el pelo muy corto y ojos verdes. Admiró durante unos segundos a la general, asintiendo con una aprobación que solo los hombres entendían. Por suerte Neira no se dio cuenta. Admitía que las mujeres y hombres de Vlinder eran exóticos para él: acostumbrado al pelo castaño y ojos marrones de su imperio, le sorprendió para bien ver ese tipo de físico. Frunció el ceño al sentir un pinchazo en su cabeza, como un recuerdo velado. Agitó la cabeza: era imposible haberla visto antes.
—Aquí amor —dijo Neira a su lado, señalando un asiento revestido de terciopelo negro. Se sentó, ocultando la repulsión de la palabra “amor”. Tenía un nombre. Falso, pero era un nombre—. Va a empezar la ceremonia.
No se esperaba algo diferente: la gente de Vlinder tenía una puesta en escena increíble, llena de simbolismos, donde cada color representaba una cosa. Él se había tenido que vestir con un traje de color púrpura, que allí significaba “sumisión al imperio” o algo así. Aunque Neira se lo había vendido con palabras bonitas.
—¿Y qué sabes de Yara? —preguntó a Neira, pasando su brazo por el hombro y acercándose a ella. Ronroneó en su oído, besando la curvatura de su cuello. Se derretía con eso.
—Yara es general de uno de los mayores ejércitos de su padre, el Gran Capitán Silika Clàr. Ahora se plantean llevarla al otro continente, con todo lo que queda por hacer aquí. Si no está ella, ¿quién lo hará? —Neira se acomodó, visiblemente preocupada por su país.
Kaleb se alejó de forma inconsciente, sintiendo un sudor frío en su mano. El otro lado del agua. El otro continente. tragó saliva, sintiendo un mordisco en el estómago, una especie de nerviosismo que no entendía. Por suerte la lluvia de aplausos le hizo olvidar, en parte, aquel mal recuerdo.

*        *        *

—Amigos, hermanos… Ciudadanos de todos los rincones de Vlinder —la mayoría eran solo los representantes nobles de las ciudades, pero eso a Yara no la preocupó en absoluto. Las cosas eran como eran por una razón—. Hoy es un día de grandeza para nuestro reino. Todos conocemos la delicada situación que viven nuestras fronteras occidentales a causa de la desidia y la codicia que gobierna los corazones de aquellos que mandan sobre Olut —Yara escuchó varios murmullos airados, con los que coincidía, a su espalda antes de que el rey volviese a hablar—. Pero, gracias a generales tan valerosos en batalla como nuestra querida Yara, es posible que esta guerra pronto sea parte del pasado. Nuestras victorias frente al débil ejército olútico son cada vez más numerosas y nuestros soldados luchan con una bravura que hace de ellos los mejores que pisan la faz de Haimüryn, ya sea aquí o allende los mares —ante aquellas palabras, una oleada de vítores se levantó, terminando tan pronto como el monarca alzó las manos, al tiempo que inclinaba la barbilla hacia la rubia general—. Incorpórate, pues, Capitana General Yara Clàr, y recibe el honor de esta medalla al valor —a una seña hacia su Consejero Real, este le tendió un pequeño cofre abierto y forrado de terciopelo púrpura en su interior que contenía una insignia del tamaño del puño de Yara—, puesto que tu tesón y tu coraje son los que, espero, conseguirán muy pronto nuevos triunfos para Vlinder más allá del mar. Que Mei’n We guíe siempre tus pasos y Shon sea el alma de tu espada cuando los bárbaros de Olut se crucen en tu camino. Jarie Vlinder!
Todo el mundo aplaudió y coreó aquella alabanza nacional mientras la joven se dejaba condecorar en silencio. Pero ella tuvo que forzar una sonrisa con toda su voluntad para que no se notara que, en el fondo y a pesar de aquel inmenso honor, tenía el alma totalmente desgarrada.

*        *        *

Kaleb aplaudió en silencio, con gesto serio. Aquella ceremonia estaba lejos de ser solemne, aunque tampoco podía pedir algo civilizado a Vlinder. Se arrellanó en su asiento, cruzando la piernas y observando cómo la general era condecorada. No parecía muy contenta, aunque lo entendía: con una medalla no se podía comer. A no ser que fuera de oro y se pudiera vender en el mercado. Pero no tenía pinta de querer vender una plaquita insignificante.
—Podríamos irnos —murmuró a Neira en su oído, deseando salir de la pomposidad que definía a esa celebración. Neira mostró resistencia, frunciendo el ceño, y Kaleb recordó las feas costumbre de aquella gente, eso de ser leal y respetar esas estúpidas ceremonias. Encogió los hombros—. Iré a por los caballos. No me encuentro muy bien.
Se levantó sin importarle que todo su alrededor le mirase con desaprobación, incluida Yara. La general lo observó durante unos segundos, con una mirada penetrante que intentaba ir más allá. Kaleb respondió con una sonrisa socarrona que sólo pudo ver ella.

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