miércoles, 8 de febrero de 2017

Un estúpido acuerdo (Kaleb V)

Conoce toda la historia



Belina. Si debía definir la ciudad lo haría con dos simples palabras: humedad y sobriedad. El viaje hasta allí había rozado lo insólito: se había recluido en su propia cabeza, en sus historias y en sus ideas por las ciudades y caminos que habían visitado. Ivanne, con quién compartía cama de vez en cuanto, no le decía nada. Alguna de sus amigas siempre seguía sus pasos, comprobando que no se escaparía con la información que poseía, y ambos estaban de acuerdo en desaparecer un rato de la vida del otro.
Visitó todas las tabernas que unían su Myah con Belina, dejando su marca personal, o mejor dicho llevándose lo que ahora iba a ser suyo. Sonrió levemente mientras paseaba por las calles amplias y empedradas de Belina, recordando algunas de las mejores noches que había vivido en mucho tiempo.
Vlinder tenía honor, pero solo hasta que la noche caía.
—¡Kaleb! —Escuchó la voz de Ivanne a su espalda. Detuvo al caballo, acariciándose las cuencas de los ojos con cuidado, sintiendo la vista y todo su cuerpo cansado. Abatido por la noche y por ella.
Pese a que había paseado por su cuerpo durante aquellas semanas, Ivanne seguía siendo mágica para él: un cuerpo esbelto, fuerte, fuera de los cánones de belleza propios de su tierra, si podía decir que tenía. Se mordió el labio, provocándose dolor y recordando el acuerdo que tenía con ella. Se encorvó, recordando que hoy conocería a su futura esposa. Que sería Mamfret.
—Tenemos que ocultarnos de las calles principales. Hay que vestirte para la ocasión, prepararte... —se tapó con un pañuelo que llevaba en el cuello, cubriéndose hasta las mejillas— y me pueden reconocer.
Llevaba semanas asintiendo como un tonto, haciendo su papel: hasta había evitado sentirse astuto cuando salía por la noche, siempre vigilado por Nia, una de las guardaespaldas de Ivanne. Siempre estaba detrás, oculta en un rincón, interesada, pero alejada. Había pensado en ganarse su confianza, pero era mejor que ellas creyeran que él no era consciente de su espionaje.
Le llevaron hasta una casa de piedra blanca y bien decorada, donde Ria, otra de las chicas, abrió la puerta sin mucho interés. Nia se quedó cerca de la puerta, contemplando su alrededor, mientras Ivanne y él se metían. Fue Ivanne quién cerró a su espalda.
Kaleb contempló la habitación con rapidez, acostumbrado a tener que identificar las salidas y los recursos de una sala en poco tiempo. Se irguió, alejándose de la puerta y de la chica. Cada vez estaba más en contra del plan, pero ya allí no tenía otra alternativa.
—¿Alguna duda sobre tu papel? —preguntó Ivanne, con seriedad.
Lo habían estado repasando durante todo el viaje, en su tienda de campaña. Él prestaba atención a cambio de descansos divertidos, e Ivanne parecía de acuerdo de su plan.
Kaleb levantó el mentón, una pose típica de Vlinder, sobre todo de los nobles. Se apoyó en un aparador con movimientos medidos y gráciles. Ivanne sonrió con orgullo, aunque lo que ella no sabía era que ella no le había enseñado nada nuevo.
—Mi nombre es Mamfret Illea, duque menor en Yea, un pueblo sureño cerca de la frontera con Olut. Mis tierras son ricas en acar y en nupa, dos flores que crean un aroma perfecto para velas. No es el negocio más boyante que existe, pero sí mantiene mi economía y la hace crecer... —Kaleb se pasó la mano por la garganta con delicadeza, apartándose el cuello de la camisa—... y ahora me centro en otras cosas.
Respiró hondo, contento con el resultado, cómodo con el papel que adoptaba: no era la primera vez que se había hecho pasar por quién no era, así que simplemente había que cambiar algunos matices. Ivanne le midió desde los pies a la cabeza, satisfecha.
—Creo que estás preparado para conocer a Neira.
Kaleb simplemente asintió, cruzándose de brazos mientras Ivanne se acercaba al gran arcón de madera de la habitación: de ella sacó una túnica de color verde y negro, con remaches plateados. Una navaja brilló en la mano de Ivanne, echándose para atrás unos centímetros: llevaba encima una daga embotada e inservible, pero que siempre le había ayudado a sentirse seguro, menos en ese momento. Recapacitó unos segundos, respirando con tranquilidad cuando vio que simplemente era una cuchilla de afeitar.
Frunció el ceño.
—No vas a tocar mi barba —murmuró con valentía, aunque sin erguirse.
Ivanne simplemente encarcó la ceja.
—Ni en tus sueños te presentarías a mi madre con esa barba. Es larga, está mal cuidada...
—A ti te encanta —confimó Kaleb con una media sonrisa, atusándose los pelos de la barbilla. Se había descuidado durante esas semanas y ahora su barba crecía densa y larga, con el color anaranjado del cabello al que le da el sol.
El cuerpo de Ivanne se tensó: dejó que la toalla se cayera a la silla que tenía a su lado, palpando el respaldo para llamarle.
—Venga, una limpieza de vez en cuando no viene mal. Solo es recortar y... ese pelo...
Kaleb frunció los labios, ocultando su enfado tras un rostro afable que llevaba practicando toda su vida. Se dio la vuelta con lentitud, haciendo que observaba la ventana de colores que tenía a unos pasos. Aunque realmente lo que quería hacer era reventarla de un puñetazo. ¿Cómo había llegado hasta ese momento?
—Vamos allá, supongo —acabó diciendo, siendo un muñeco de trapo para Ivanne, preparando los movimientos que llevaría a cabo en menos de dos meses.
Sería un placer convencer a Neira de cortar las alas a su hija querida.
Las alas y el pelo. Pero lo último era algo personal.

* * *

Conocer a Neira fue más sencillo de lo que se había planteado: la duquesa vivía en una casa de dos plantas, de colores claros y azulados que llamaban la atención con respecto a las demás por el brillo que emanaba. Se mantuvo siempre al lado de Ivanne, observando con curiosidad, aunque manteniendo la compostura de quién no se sorprende por la arquitectura de Vlinder.
Y Neira... era una mujer vital, activa... estúpida. De la nobleza. Simple. Arrogante. Irritante... y simplemente compartieron la cena de aquel día.
Ella también quería compartir otras cosas, pero Kaleb decidió hacerse pasar por un hombre menos promiscuo y más reservado de lo que siempre había sido. Agradecía que las parejas no casadas no durmieran en la misma habitación.
—Me da pena que te vayas, Mamfret —Neira agarraba sus manos con fuerza, sin dejarle irse. Al hablar hacía pequeñas reverencias.
Kaleb mostró una sonrisa educada, observando a los guardias que flanqueaban la puerta de su señora. ¿Y si le obligaban a consumar el matrimonio que se llevaría a cabo en...?
—En cuatro días podremos intimar, amor —besó sus manos, un gesto que sabía que era de educación y de pasión en aquel lugar. Y en todos, realmente—. Ahora decido reservarme. Disfrutar de tenerte presente, de saber que...
No recordaba las trivialidades que había llegado a decir. Se dio la vuelta con cuidado, controlando su capa con conocimiento, dejando que ondease en su espalda.
Su habitación estaba engalanada de azul y de plateado, con cientos de blasones que ocupaban las paredes en forma de escudo, de cuadro, de tela. Avivó el fuego de la hoguera, inspirando el olor a lumbre que le transportaba a su hogar, y observó durante varios minutos cada uno de los escudos, esperando que Ivanne no apareciera.
Así fue. Observó la noche por la ventana, comprobando que Belina no era una ciudad muy activa cuando la luna caía. Asintió con convicción, acercándose a su bolsa de ropa, la cual había ocultado en un rincón de la habitación. Se vistió con prendas simples, que no llamarían la atención a nadie. Al acercarse al espejo maldijo a Ivanne y a aquel maldito corte de pelo que le había hecho: adiós a su melena bien peinada, dando la bienvenida a un pelo aparentemente lacio, cortado hasta las orejas, liso. La barba, recortada hasta el punto de parecer imberbe, le hacían irreconocible para él mismo.
Por suerte sabía que la persona con la que tenía hablar le reconocería perfectamente. Se ató una túnica simple con capucha, cubriéndose la cara y saliendo de la casa de Neira sin más problema que una puerta sin cerrar. La noche le dio la bienvenida, aún cálida, con humedad pegajosa y salada que se alejaba de la agradable sensación que dejaba Ibisha.
Descubrió uno de los bares en poco tiempo: solo había que guiarse por la única luz que ya quedaba en alguna ventana. Era una taberna pequeña, con poca gente, pero mucho ruido. Sería perfecto.
Se pidió una kiama, una bebida que contenía especias sureñas y que, años antes, había probado en esa misma ciudad. Aunque en el pasado se había hecho pasar por un trovador desesperado, la bebida sabía igual de agradable y dulce que en el pasado.
Esperó unos minutos antes de terminar su bebida y darse la vuelta, acercándose a la puerta lateral de la taberna, la cual daba a la parte de atrás. Antes de abrirla miró a los lados, simplemente para dar tiempo a su contacto. Tras ello abrió la puerta, cerrando tras de sí y quedándose pegado a la pared.
Pasaron pocos segundos cuando un cuerpo delgado y alargado abrió la puerta. Su cabeza y todo su cuerpo iba cubierto por una capa parecida a la suya, aunque de un material áspero y sucio. Sus manos, claras y delgadas, desentonaban con la tónica de su difraz.
Antes de que la mujer se diera cuenta de que era una encerrona, Kaleb consiguió agarrar su cuello, sin miedo de tirar de ella para alejarla de la puerta y alejarla por el callejón.
La mujer intentó zafarse durante unos segundos, aunque finalmente se dejó arrastrar. Kaleb la soltó sin mucho cuidado, vigilando que nadie les observara y que ella no se marchara.
—¿Crees que eres la única que ha vigilado? —Kaleb se agachó a su lado, pasando sus dedos por la piedra del suelo. Movió el dedo haciendo círculos, con tranquilidad, y su voz se volvió melosa— Nia. O debería llamarte... —Kaleb frunció el ceño teatralmente— ¿Yuria? parte de la guardia de la muerte. Parte de uno de los pilares de Olut.
La mujer consiguió zafarse de él, arrastrándose unos centímetros. Pero no se marchó, y Kaleb sabía que la tenía agarrada de la peor forma: con la verdad. Mostró una sonrisa abierta.
—¿Espiando a Ivanne o a Neira?
—¿Cómo lo sabes?
Kaleb simplemente encogió los hombros.
—Conozco caras. Conozco movimientos. Conozco nombres... conozco la noche, y tú no mucho. ¿Verdad?
No parecía muy contenta de conocer sus puntos débiles. Hizo amago de sacar un arma, pero Kaleb fue más rápido con la palabra.
—Soy de Olut, así que dime qué necesitas saber y cuándo.
Las palabras detuvieron a Yuria: era una espía que formaba parte de Olut, a órdenes del guardián de la noche. Ya conocía las historias del ataque de los Vlinderis a explotaciones de materias en territorio de Olut, e incluso el secuestro de un general. Solo le interesaba poseer la información para usarla en el momento adecuado. Como aquel momento.
—¿Por qué? —acabó diciendo Yuria, sentándose en el suelo, llegando a un acuerdo con él. Su expresión de abatimiento lo decía todo.
Kaleb se levantó, dejando que la arenilla que tenía entre las yemas desapareciera en el viento.
—Asegurar mi vida ante el guardián de Olut. Poder volver a mi tierra. No ser herido durante este estúpido acuerdo. Y la vida de Ivanne. —Sonrió, orgulloso de su descubrimiento. Yuria parecía contenta con el trato hasta ese momento. Kaleb bajó su apuesta—. O por lo menos un rato a solas con ella. Tenemos cosas que tratar.

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